domingo, 10 de abril de 2011

San Román

Callado en su taller, o en la quinta sembrada todos los años, con su overol de mecánico y su boina y su bigote también, ahí está San Román, con generaciones de ciclistas preparando sus bicicletas para rendirle un homenaje, para decirle gracias, como quien agradece a un padre sus desvelos cuando ya ha llegado la hora de que parta. Hace poco vi una foto de una fiesta de disfraces donde aparece él y mis padres, todos disfrazados. A ese San Román yo lo conocí poco, pero no puedo decir que no haya sido una persona alegre, siempre con una broma, siempre preocupado de nosotros. Recuerdo un día que salí a entrenar, recién iniciado en el deporte del pedaleo y cuidando mi estilo, mi postura sobre la bicicleta. ¡Ten cuidado Castro! me dijo, y a los quince minutos yo volvía con la bici al hombro. No alcancé a andar 5 cuadras y choqué con un taxi estacionado, por ir mirando que mi pedaleo fuera redondo, que el arqueo de mis brazos fuera cómodo. "Si, si", le dije no dando demasiada importancia a la advertencia y luego tuve que volver al taller, a poner la cara por la torpeza de dejar una rueda chueca y quedar yo magullado. Fue severo en advertirme nuevamente que anduviera con cuidado, pèro también me pareció verlo sonreir disimuladamente por la historia al ver que no tenía daños mayores. Eramos un grupo de varios amigos los que llegábamos semana a semana a preparar nuestras bicicletas, recibir nuestras instrucciones de entrenamiento, discutir las estrategias para enfrentar a nuestros archirivales del club Sokol. La competencia con ellos nos animaba a entrenar, pero también San Román, que nos podía salir a acompañar en su auto, un antiguo Borgward Isabella los treinta kilómetros que yo solía hacer por el camino que sale hacia el norte desde mi Punta Arenas natal. San Román, y no me voy a dar más vueltas, fue un padre para mi en esa época. No digo que yo no tuviera un padre, si lo tenía. Pero San Román acompañó mis primeros pasos en la adolescencia ñoña de deportista, entre los 12 y los 15 años. Fueron cuatro años de no bajarme nunca de la bici, pero también fueron cuatro años de compartir y de recibir valores, actitud, unas galletas de quaker que de repente preparaba la tía Kika, gran amiga de mi madre que falleció también tempranamente. San Román sufrió esa perdida, se le notó, pero no hablaba de eso. Siguió viviendo en esa casa que ya estaba sola porque Fernando, su hijo ya grande había partido primero a estudiar a Santiago y luego hizo su vida y su familia en su propio hogar. Gente buena, gente hermosa que hoy cuesta encontrar, gente que con sencilla sabiduría transmitió lo mejor a su familia y a los amigos y que dejan un gran vacío por llenar, si alguna vez somos dignos de reemplazarlos en esta posta de hacer un mundo mejor con nuestros sencillos e intimos actos. Vi a San Roman amorosamente cuidado en la casa de su hijo desde el accidente vascular que no le permitió seguir viviendo solo. Tampoco le permitió hablar mucho a partir de ahi, pero la mirada seguía intacta. Y no dejó de gastarme una broma. Probablemente me habría dicho que aún hoy me ganaba en una bicicleta en una carrera corta. Creo que mucho de mi actitud en la vida se formó en esa época, y mucho de eso se lo debo a San Roman. Néstor, que tu viaje siga, que lo que transmitiste con el ejemplo no muera, necesitamos muchos San Román en estos días. 9 Abril, 2001.

No hay comentarios: