martes, 11 de septiembre de 2012

Otro 11 de septiembre en Chile. Es un rito que pienso que comparto con muchos en silencio. Repasar ese día: la radio que mezcla bandos militares con canciones de Los Huasos Quincheros, las caras de preocupación, mi tío que vivía en nuestra casa y que había sido nombrado intendente por Allende no mucho antes, los carabineros que antes estaban de guardia y que ahora son nuestros vigilantes. Toque de queda, y el miedo que comienza a deslizarse en mis  apenas 8 años de vida. No hay permiso para salir más allá que el cerco de la casa y en realidad eso tampoco se puede. En la noche no se puede abrir las cortinas para ver pasar los tanques, pero igual creo ver uno subiendo por la calle que lleva al hospital. Al día siguiente no hay colegio, es miércoles y ya llevamos un día a la expectativa de que nos va a pasar. El gobierno de la Unidad Popular ha caído y el presidente ha muerto en la Moneda. No se sabe de ningún foco de resistencia, no recuerdo mucho más, pero al poco tiempo vuelvo al colegio y mi padre es llevado por los milicos al regimiento Pudeto. Mi mamá trata de no transmitirnos sus aprensiones y nos cuenta que va a ver al papá, que está bien y que ya va a volver a la casa. Creo que por esos días ya nos enteramos que ha sido exonerado, que ya no trabaja más en Enap, después de 15 años de trabajar para la Empresa. No ha servido de nada que hubiera sido borrado de los registros del PS, un delator lo ha acusado de pertenecer al Partido Socialista y lo han echado.

Pasa un año, mi tío Octavio y su mujer e hija han pasado todo este tiempo relegados en Rio Seco, un caserío cerca de Punta Arenas,  y ahora al menos le han cambiado la relegación a Puerto Natales, donde tienen su casa. Mi papá ha salido del regimiento después de dos meses en que fue amedrentado y golpeado, pero de eso sólo me enteraré cabalmente muchos años después, cuando se publica el Informe Valech con los testimonios de los casos de torturas que se recogen directamente de las víctimas y le pido que me cuente.

Tiempos de cambios, también me toca cambiarme de colegio. Luego de cinco años en el Miss Sharp School, escuela de una profesora y cinco cursos,  tres en la mañana y dos en la tarde, llego al Salesiano San José, un gran edificio, gimnasio, muchos alumnos todos los niveles de primaria a secundaria y varios cursos en cada nivel. Es chocante ver como el mundo sigue, me siento como exiliado en mi propia ciudad, pollo en corral ajeno, los temas de conversación son ahora otros, la ropa, el auto de los papás de cada compañero o sus medios económicos, o cualquier cosa, menos el pueblo, la igualdad, la solidaridad. Al contrario.

Se nos ha prohibido en casa mencionar cualquier tema de connotación política. Debemos tener mucho cuidado, porque cualquiera puede ser un delator, y podemos generar un problema para nuestros padres. Cuando paso delante de la V división de ejército en calle Bories, camino al colegio, me auto censuro y trato de no pensar "milicos de mierda", trato de evitar que se note mi desprecio, pero a la vez lo invoco y lo llevo conmigo delante del soldado armado y ridículamente vestido con camuflaje en pleno centro de la ciudad.

Cada vez es más lejano el día que fui a hacer trabajos voluntarios. Ese día me presenté con mis 8 años de edad a las 9 de la mañana en el Hospital Regional y me puse a disposición para hacer algún trabajo. Me pasaron una carretilla, que apenas pude cargar, entre las risas de los obreros y trabajadores que estaban ahí. Me pasaron después una pala, pero me hicieron sentir parte del grupo, un compañero,  orgulloso de estar ahi todo el día con ellos, construyendo el socialismo de esa forma tan simple y tan cálida y real a la vez. Como si todo eso jamás hubiera ocurrido, la gente ahora está dedicada a comprar en Zona Franca, blue jeans Levi's, televisores Trinitron Color, autos Chevy Nova  (la marca es muy importante). Si no hay dinero más que para la cuota,  al menos se estacionan en el frontis de la casa para mostrar el status alcanzado. Si alguien lo está pasando mal, no es tema, no se habla de eso. La isla Dawson sólo es mencionada en voz baja, y la radio Moscú se escucha a puerta cerrada para enterarse de las otras noticias, esas que el noticiario nacional,  "60 minutos" no va a decir, o que va a tergiversar en la voz de Julio López Blanco.

Mi mamá no soporta el desmantelamiento del Servicio Nacional de Salud al cual ha dedicado diez años de trabajo y comienza a vender ropa hasta que arman una tienda con una socia. Mi papá se pone a trabajar en forma independiente y lentamente va armando una pequeña empresa. La tienda termina mal y los socios aparentemente se quedan con los dineros comunes. Mi papá pone el dinero para los materiales eléctricos de una población que un amigo arquitecto está construyendo, pero el amigo se declara en quiebra y mi papá pierde en ese tiempo un millón de pesos. Mucho dinero. Demasiado. Sobre todo ahora que mi mamá enferma de cáncer. Año 1976, nos llueve sobre mojado. Pero hay que echarle para adelante y mi mamá comienza a vender juguetes y también lasaña que ella misma prepara los domingos. Haber sido la mejor alumna de su promoción en la escuela de obstetricia de la Universidad de Chile no importa ahora, hay que salir adelante. En el entorno de mi papá se ha perdido la alegría, pero comienzan a juntarse algunos amigotes a jugar dominó los viernes y mi papá se integra. Vuelven las bromas, ahora en confianza, con contenido político. No mucho, es doloroso. Pero aparecen chistes como "sabes que cantaban los compañeros en el estadio nacional cuando los hacían encerar las graderías? -No- pero fácil hombre: Enceremos, enceremos..." parodiando el Venceremos de la UP. Comienza la crisis del '80. Mi mamá fallece de cáncer y la vida sigue. Menos para mi papá. Camina solo por las noches frías de Punta Arenas. Trabaja todo el día, quedó más que endeudado con el tratamiento de mi mamá. El país sigue bajo la bota militar y eso parece que no tendrá fin. Día a día las noticias mienten, lunes a lunes en el colegio debemos asistir a un "acto cívico" a cantar la canción nacional con una estrofa agregada para celebrar a los valientes soldados que tanto daño están haciendo. Nos vamos reconociendo los  que no cantamos. Los que alzamos la voz para entonar solamente la parte de "o el asilo contra la opresión". Son pequeños atisbos de que no está todo perdido, que hay quienes resisten la cultura del consumo, la cultura de la basura. En unas vacaciones en Argentina mi papá compra un disco del Quilapayún antes que los milicos argentinos se tomaran el poder. Lo escucho "clandestinamente" en mi casa sin que nadie más esté presente.  Pasan los años y ya en la universidad, después de un largo silencio de 9 años, empiezo a ver actividad política de oposición, voy a una peña semi pública o semi clandestina, "El Canto del Hombre" y  ya no paramos hasta que cae la dictadura militar.

Y ese parece que fue el problema. Ahi paramos. Ingenuamente creímos que por haber vivido todos experiencias duras todos esos años, no nos íbamos a traicionar. No al nivel de darle continuidad a la mismísima institucionalidad de la dictadura. Al menos la educación pública volvería, y también la salud. Y pasaron 20 años más.  Estoy aqui sentado, haciendo mi rito de cada 11 de septiembre. Lo último que quiero es seguir escribiendo la misma historia que parece estar encerrada y sin salida desde hace tanto tiempo. Y reconozco que no estoy solo, que hay otros que también creen que podemos tomar un nuevo acuerdo, todos, sin exclusiones. No digo que sea fácil. No soy el que más mal lo pasó, pero no creo que se pueda comparar sufrimientos. Todos hemos atravesado estos años desde algún lugar, con nuestras propias historias de esperanzas, temores  y frustraciones y si creo que podemos ponernos de acuerdo, porque en el fondo sabemos que no nos queda otra. Que la imposición por la fuerza se sostiene un tiempo, pero se cae, que la imposición por la mentira también puede funcionar, pero es develada, que la paciencia se agota, que la violencia no es una buena opción para nadie  y que si no es la violencia de la barricada y la represión, será la violencia del robo y del abuso, pero la ecuación se balancea y lo que sembremos cosecharemos. Los que más violencia han sufrido no piden venganza, piden justicia y verdad. Entonces ¿qué puedo decir yo? ¿cómo no poner lo mejor de mi para abrir posibilidades en lugar de cerrarlas? ¿en qué sociedad quiero que vivan mis hijos, que nazcan mis nietos? ¿qué le vamos a dejar a los que vengan en cincuenta años más en este mismo suelo? tenemos derecho  a farrearnos la oportunidad de hacer lo mejor que podamos para vivir todos mejor y en armonía? Hay que abrir diálogos y si no sabemos cómo, sumarnos a los que lo están haciendo. Y no perder la fe, porque ahi se pudrió todo. Lo que imaginamos hoy no existe, pero asi ha sido siempre. Se trata de pedirnos el intento con generosidad a nosotros mismos, y estoy seguro que muchas heridas sanarán, que muchos talentos brotarán y se encauzarán, que los que antes eran el enemigo trabajarán al lado nuestro, aunque su sueño sea un poco distinto al nuestro. Pero no es el momento para el egoísmo, no vamos a poder resistir más violencia, o paramos ahora la violencia o esto se va a poner peor y no sabemos donde va a terminar, pero no va a ser agradable, y ni todo el dinero del mundo va a garantizar la seguridad de nadie. El mundo puede estallar si no lo cuidamos, es nuestro mundo, no hay otros que vengan a hacer esa tarea. Depende de mi, de cada "mi", de ti también.