jueves, 12 de julio de 2012

Homenaje a Pinochet

Esto del homenaje al dictador en el teatro Caupolicán ha servido para que  quienes persiguen y reniegan de marchas y movilizaciones sociales, ahora  enarbolen la bandera del derecho a la expresión en democracia. Desde el ex coronel Labbe, alcalde de la comuna de Providencia en su cuarto período hasta la intendenta metropolitana,  militante del partido de centro derecha del actual presidente de la República, esgrimen sin ningún pudor estas razones, aún cuando no cueste mucho rastrear en el corto pasado declaraciones en contra de las manifestaciones estudiantiles por educación de calidad garantizada para todos. Los familiares de detenidos y ejecutados políticos no pueden menos que oponerse a este acto, que se burla de su sufrimiento, de su búsqueda de justicia y verdad, de poder saber donde quedaron los cuerpos de sus familiares, de juzgar a torturadores y asesinos. Es asi, no caben eufemismos tan propios de la transición à la Aylwin. Lo de Pinochet no fue un "régimen militar", fue una dictadura. El "pronunciamiento militar" fue un golpe de Estado y los golpistas mataron a quien se les opusiera, civil o militar. Pero quizás lo más grave es que no hemos logrado aún que en Chile exista la conciencia del Nunca Más. Y eso es un fracaso más de la transición que encabezó la Concertación de Partidos por la Democracia que llegó al poder el año 1990 y que gobernó hasta marzo de 2010. Nadie en nuestro país debería ser capaz de desconocer la tortura y el desaparecimiento sistemático de personas como resultado de una política de Estado encabezada por Pinochet y todos deberíamos repudiar dichos crímenes desde una profunda convicción de respeto al ser humano.

No deberia caber la posibilidad de homenajear a quien lideró esas deleznables prácticas durante casi dos décadas, debería ser obvio que ningún argumento justifica el crimen de lesa humanidad. Ni la persona más de derecha ni la de más a la izquierda deberían sostener justificaciones para la persecución y el abuso como los que vivimos bajo la dictadura. Si embargo cuando escuchamos a los homenajeadores, ellos a lo más dirán que lo que hubo fueron algunos excesos y lo demás fueron enfrentamientos, que no hubo tortura, que no hay desaparecidos, que los pocos ex agentes de la dina y la CNI que están recluidos por estas fechorías están sufriendo en forma injusta por crímenes inexistentes.

Recluidos, porque no podríamos decir prisioneros ni presos, en recintos militares y con comodidades injustificables, estos señores, han demostrado que aún hoy tienen capacidad de influencia y no es claro si este mismo acto no está organizado desde Punta Peuco, uno de los recintos de reclusión privilegiados donde cumplen condenas de varias cadenas perpetuas por el secuestro de militantes de izquierda. Fue la única forma en que se pudo burlar la amnistía que Pinochet les legó.

¿Tiene derecho una parte de la sociedad a imponer al todo una visión de la vida, de la historia, del destino de un pueblo, su espiritualidad, su vivencia de la intimidad? En qué tendría que basarse una forma de convivencia que abriera paso a la humanidad a un nuevo momento, donde se desterrase la violencia como modo de relación,donde las fronteras de la pobreza y la injusticia fueran superadas, donde la vida humana fuera un acto de libertad que no ofendiera ni dañara a otros. No hay, en principio, ninguna razón o argumento para que la verdad de unos sea mejor que la de otros. La diferencia está en el poder que cada uno tiene en un momento dado. Pero si se llega a invertir el signo y el poder pasa a manos de los que antes fueron dominados, vemos que asumen las mismas prácticas para mantenerse en el poder y se hace así indistinguible un bando del otro. Entonces, si no queremos vivir encerrados en el solipsismo, si queremos como sociedad humana romper con la historia encadenada de la violencia, tenemos que ponernos de acuerdo en algo básico, que es la posibilidad de que los otros se instalen en el poder y pongan a prueba su visión, que propongan su relato del destino de ese pueblo, etc, pero siempre permitiendo que la diversidad siga floreciendo, nunca aplastando ni exterminando a sus oponentes, porque tenemos  que entender que matar al otro es matarnos a nosotros mismos, que darle la posibilidad al otro de crecer, es también apostar por el futuro de todos. Si Allende hubiera logrado instalar el socialismo sin suprimir a los partidos de derecha, si la derecha hubiese hecho una oposición no tramposa, si pudiéramos todos al mismo tiempo y sin reparos decir que respetamos el derecho de todos y que lo único que no toleramos es la violencia, estaríamos en el umbral de la verdadera historia humana, no en esta prehistoria vergonzante de injusticia y violencia que sólo nos lleva a la autodestrucción.