Esto del homenaje al dictador en el teatro Caupolicán ha servido para
que quienes persiguen y reniegan de marchas y movilizaciones sociales,
ahora enarbolen la bandera del derecho a la expresión en democracia.
Desde el ex coronel Labbe, alcalde de la comuna de Providencia en su
cuarto período hasta la intendenta metropolitana, militante del partido
de centro derecha del actual presidente de la República, esgrimen sin
ningún pudor estas razones, aún cuando no cueste mucho rastrear en el
corto pasado declaraciones en contra de las manifestaciones
estudiantiles por educación de calidad garantizada para todos. Los
familiares de detenidos y ejecutados políticos no pueden menos que
oponerse a este acto, que se burla de su sufrimiento, de su búsqueda de
justicia y verdad, de poder saber donde quedaron los cuerpos de sus
familiares, de juzgar a torturadores y asesinos. Es asi, no caben
eufemismos tan propios de la transición à la Aylwin. Lo de Pinochet no
fue un "régimen militar", fue una dictadura. El "pronunciamiento
militar" fue un golpe de Estado y los golpistas mataron a quien se les
opusiera, civil o militar. Pero quizás lo más grave es que no hemos
logrado aún que en Chile exista la conciencia del Nunca Más. Y eso es un
fracaso más de la transición que encabezó la Concertación de Partidos
por la Democracia que llegó al poder el año 1990 y que gobernó hasta
marzo de 2010. Nadie en nuestro país debería ser capaz de desconocer la
tortura y el desaparecimiento sistemático de personas como resultado de
una política de Estado encabezada por Pinochet y todos deberíamos
repudiar dichos crímenes desde una profunda convicción de respeto al ser
humano.
No deberia caber la posibilidad de homenajear a quien lideró esas
deleznables prácticas durante casi dos décadas, debería ser obvio que
ningún argumento justifica el crimen de lesa humanidad. Ni la persona
más de derecha ni la de más a la izquierda deberían sostener
justificaciones para la persecución y el abuso como los que vivimos bajo
la dictadura. Si embargo cuando escuchamos a los homenajeadores, ellos a
lo más dirán que lo que hubo fueron algunos excesos y lo demás fueron
enfrentamientos, que no hubo tortura, que no hay desaparecidos, que los
pocos ex agentes de la dina y la CNI que están recluidos por estas
fechorías están sufriendo en forma injusta por crímenes inexistentes.
Recluidos, porque no podríamos decir prisioneros ni presos, en recintos
militares y con comodidades injustificables, estos señores, han
demostrado que aún hoy tienen capacidad de influencia y no es claro si
este mismo acto no está organizado desde Punta Peuco, uno de los
recintos de reclusión privilegiados donde cumplen condenas de varias
cadenas perpetuas por el secuestro de militantes de izquierda. Fue la
única forma en que se pudo burlar la amnistía que Pinochet les legó.
¿Tiene derecho una parte de la sociedad a imponer al todo una visión de
la vida, de la historia, del destino de un pueblo, su espiritualidad, su
vivencia de la intimidad? En qué tendría que basarse una forma de
convivencia que abriera paso a la humanidad a un nuevo momento, donde se
desterrase la violencia como modo de relación,donde las fronteras de la
pobreza y la injusticia fueran superadas, donde la vida humana fuera un
acto de libertad que no ofendiera ni dañara a otros. No hay, en
principio, ninguna razón o argumento para que la verdad de unos sea
mejor que la de otros. La diferencia está en el poder que cada uno tiene
en un momento dado. Pero si se llega a invertir el signo y el poder
pasa a manos de los que antes fueron dominados, vemos que asumen las
mismas prácticas para mantenerse en el poder y se hace así
indistinguible un bando del otro. Entonces, si no queremos vivir
encerrados en el solipsismo, si queremos como sociedad humana romper con
la historia encadenada de la violencia, tenemos que ponernos de acuerdo
en algo básico, que es la posibilidad de que los otros se instalen en
el poder y pongan a prueba su visión, que propongan su relato del
destino de ese pueblo, etc, pero siempre permitiendo que la diversidad
siga floreciendo, nunca aplastando ni exterminando a sus oponentes,
porque tenemos que entender que matar al otro es matarnos a nosotros
mismos, que darle la posibilidad al otro de crecer, es también apostar
por el futuro de todos. Si Allende hubiera logrado instalar el
socialismo sin suprimir a los partidos de derecha, si la derecha hubiese
hecho una oposición no tramposa, si pudiéramos todos al mismo tiempo y
sin reparos decir que respetamos el derecho de todos y que lo único que
no toleramos es la violencia, estaríamos en el umbral de la verdadera
historia humana, no en esta prehistoria vergonzante de injusticia y
violencia que sólo nos lleva a la autodestrucción.