lunes, 26 de abril de 2010

Miedo

Mis oídos abombados me producen una sensación de irrealidad, mientras camino hacia la silla con arnés. Me acomodo en ella, mientras todo parece transcurrir muy lentamente  y los gritos de los niños y sus padres me llegan lejanamente desde la montaña rusa que se encuentra justo en frente. Miro a mi flanco derecho y me parece reconocer en mi compañera un gesto mezclado de terror y excitación que en mi caso se reduce seguramente a sólo terror. Mientras la plataforma va subiendo y veo el suelo y los rostros de amigos y transeúntes alejarse, mi estómago toma venganza produciéndome una dolorosa sensación de vacío. El sol alumbra, pero no da suficiente calor y siento el viento frío que se hace sentir con más fuerza cuanto más subimos, Con dolorosa lentitud y la creciente tensión de saber que se acerca el momento en que alcanzaremos la máxima altura y la plataforma será soltada en caída libre, observo como la gente se ve tan pequeña y que el vértigo no acepta las razones que mi mente dispara como ametralladora: que estoy en un parque de diversiones, que es tremendamente seguro, que la silla y el arnés están diseñados para que sea imposible caer, que frenaremos y seremos dejados suavemente en el suelo, que será una experiencia que cambiará mi vida... ¿Porqué?, en qué nefasto momento se me ocurrió que mi vida necesitaba un cambio y que debía exponerme a mi mayor miedo o a un miedo comparable para darme cuenta que el miedo es sólo eso, un fantasma que la luz hace desaparecer, que se desvanece si lo enfrentas. Es cierto que la opción era saltar en bungee y que esta opción es ciertamente más segura. ¡Pero si al menos no estuviéramos en la parte externa de la plataforma circular y mirando hacia afuera! Es como estar colgando de nada, sólo veo el aire. Quiero cerrar los ojos, pero pienso que si lo hago no habrá valido la pena llegar hasta aqui. Estoy entregado a esta experiencia, me forcé a ello, tal como me he forzado a lo largo de mi vida cada vez que he dado un paso importante.La plataforma llega hasta la cúspide del pilar de aproximadamente 30 metros de altura, algo asi como un edificio de 12 pisos. Siento la contractura en mi espalda, mis manos sudan frías, mi corazón a punto de estallar retumba desde el centro de mi. Siento una leve náusea y, en total tensión, espero el momento de la caída. El tipo que diseñó este juego debe ser un sádico, pasan 20 segundos y no caemos todavía, 30 segundos y ya lo único que quiero es que termine pronto, que apuren el final. No veo qué sentido tiene que nos tengan aqui colgando.
¿Y si es una falla? Presto más atención a qué está ocurriendo "afuera", el motor hace un extraño sonido que me hace pensar que pudo haberse atascado y en lugar de calmarme, algo me dice que la situación puede ser más grave que todos mis temores. Si esto se comporta como un ascensor, debe tener freno de emergencia, pero si las poleas ceden por la tensión el latigazo del corte puede dañar la estructura ¡y podemos terminar en una verdadera caída libre! Intento calmarme, abajo no parece haber ninguna actividad que delate una situación de emergencia, sin embargo seguimos aqui arriba y ya ha pasado más de un minuto. Miro a Claudia y me mira con signo de interrogación. Aparentemente ella tampoco entiende porque no caemos aún. Agradezco su mirada cómplice en la duda, me tranquiliza pensar que no estoy siendo víctima de mi neurosis y que mis temores no han tomado el control: el siguiente paso habría sido ponerme a gritar patéticamente "¡bájenme de aqui!". El ruido del motor no me deja oir lo que Claudia me dice y comienzo a preguntarme cuánto tiempo más nos tendrán, literalmente, en suspenso. Si buscaba una experiencia de ruptura, de quiebre, aquí estoy. Puede parecer ridículo otorgar a un juego de parque de diversiones tanta importancia, pero no tengo ningún control sobre lo que está ocurriendo y el tiempo que pasa me hace sentir cada vez más vulnerable. Recuerdo aquella vez en el metro de Madrid, cuando cruzamos miradas con esa española espectacular y ella esperó pacientemente que yo le hablara, hasta la siguiente estación donde se bajó mirando hacia atrás para ver si yo la iba a seguir,  el tiempo transcurrió en el espacio del temor, el tiempo entre que nos miramos y que ella se perdió en la multitud de Cuatro Caminos fue igual de eterno. ¿Y si me entrego a la situación?, ¿y si eso es la vida, vivir ese instante tal como se presenta y como lo siento?... ¿Y si fuera capaz ahora de mirar hacia el horizonte y reconocer lugares?... Más allá de las copas de los árboles, la ciudad se ve como nunca la había visto antes, la gente abajo, del tamaño de gigantes hormigas, sigue sus vidas, entre temores y  anhelos, distraídos, entretenidos, atormentados, vivos. El motor se detiene. Una voz amplificada nos hace saber que "estaremos suspendidos por más tiempo del habitual pues se ha producido un corte de energía". De algún modo el mensaje me da lo mismo, sigo escrutando el horizonte. Sigo hurgando en mis sensaciones, en el miedo. Cada vez que tuve miedo me inmovilicé. En la universidad, cuando ya no me iba tan bien como antes, y el miedo al fracaso me paralizó. Con esa chica en el metro, o en el trabajo cuando debi haber pedido un aumento. El miedo cuando escalaba esa pared de roca y a mitad de camino se me hizo imposible tanto avanzar como retroceder. El miedo ha estado adherido a muchas experiencias y en todas ellas el miedo no me ha dejado vivir la experiencia, al menos no con libertad. La libertad que comienzo a sentir ahora, siento que algo se expande en mi, una sensación de euforia, tengo tantas ganas de expresar lo que me pasa que de mi garganta sale un grito que hace que Claudia me mire asustada. Comienzo a reir a carcajadas y mi risa contagia a Claudia, el motor comienza a sonar de nuevo, pero noto que la plataforma comienza a bajar lentamente,  a la misma velocidad que cuando subimos. Con Claudia nos miramos y volvemos a reir, finalmente da la impresión que no tendremos nuestra caída libre. Cuando llegamos al suelo, sin parar de reir, vemos como hay gente que se abraza a la tierra como si estuvieran llegando de un vuelo con muchas turbulencias, como si no quisieran volver a despegarse nunca más del suelo. La mirada de Claudia me dice que ella también vivió algo especial allá arriba y que de algún modo nuestros miedos si cayeron en caída libre y se destruyeron contra el suelo. Nos tomamos de la mano y caminamos hacia la Casa del Terror, aunque ya no en busca de  una experiencia límite de miedo.

2 comentarios:

paulina.hunt@gmail.com dijo...

me encantó
gracias!es tuyo?
está buenisimo...
besos
Paula

Arturo dijo...

Que buena! nunca había tenido un comentario! gracias a ti : )

si, el ejercicio de cuento lo hice yo, pero me quedó como experiencia guiada... jaja, le cambié el nombre a la "co protagonista" para "universalizarlo" jeje, cariños
ArturX