martes, 8 de diciembre de 2009

La gran batalla

No sabía cual iba a ser el campo de batalla, pero si tenia claro que todos mis demonios habían sido convocados. Irresponsablemente, fui esperando la llegada de todos ellos: sería todo o nada. En el fondo, creo que sabía que "nada" no era opción, y más aún, que cada demonio era un hijo que yo mismo había criado y que tal vez llegaba el momento de dejarlos partir. Puede parecer estúpido, pero no quería que se fueran. Habían moldeado mi ser y, mal que mal, me dediqué años a hacerme querible asi como era, con ellos. Y lo que vendría al día siguiente de la batalla era una hermosa incógnita.

Bajo el extenuante sol y a través de la sofocante noche la batalla continuaba sin tregua. No falté a ninguno de mis compromisos, es cierto que caminé más lento, pero no dejé de estar ahi donde debía, siempre fui cortés, siempre tuve una sonrisa que regalar. Mis adversarios no dejaron de ponerme a prueba, y a diferencia de otros días, las resistencias no cedían ni a la segunda ni la tercera. Cuatro y cinco veces tuve que intentar. El cansancio, la fatiga y las distracciones, implacables, me tentaban a cada paso. El tiempo esta vez jugaba en mi contra. Y yo acostumbrado como estaba a tenerlo a mi favor, me desconcerté: volví a conjurar la fatalidad, ironicé mi condición buscando simpatía piadosa. Cuando parecía que iba a caer a los profundos abismos de donde venía, una tenue luz se hizo y logré mantenerme despierto, logré completar las tareas que me impuse, a la sombra de Cronos.

La noche ya lo cubre todo y no es momento para seguir hablando. El alba ya sabe el secreto, es el fin de la batalla.

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